miércoles, 9 de marzo de 2011

EL AYUNO...

No se trata de "hacernos daño" o de mortificarnos porque sí. Se trata de "entrar", "caminar", "ir hacia" el Señor o "entrar en el misterio de su Pascua".
Se trata de descubrir el "sentido de muerte y resurrección" que tiene toda vida. Tiene sentido el "mortificarnos", porque es una forma de "algo nuevo"; como tiene sentido la pasión de Jesús, porque es un paso para una forma nueva de ser.
No se trata tanto de "instruirnos" sobre la Pascua, sino de "iniciarnos a ser pascuales", a entrar en el misterio de Jesús, misterio de muerte y de resurrección.
Tiempo de conversión, es decir de incorporarse a Jesús, de convertirse. Es decir, cambiar la mentalidad mundana y poco evangélica por una mentalidad más evangélica. Es vivir según el espíritu de Jesús.
Ayunar es hacernos "daño" porque queremos convertirnos, volver del camino por donde íbamos. Es hacer daño al hombre viejo. Si no nos hacemos daño, a lo mejor es que no hay nada cambiado en nosotros.
Ayunar no es absternerse de comer esto o aquello. Es ayunar de las obras del hombre viejo. Si uno se priva de un plato de carne, pero no del rencor, de su deseo de venganza,... se ha quedado en la superficialidad de un ayuno que le ha dejado por dentro como antes.
Ayunar es signo de nuestra vuelta a lo esencial, de nuestra decisión de cambiar, de nuestra opción por la vida según los valores del evangelio. Ayunar es reconocer que hay cosas que son más importantes que nuestros criterios y nuestra manera de ver las cosas. Es reconocer que son muchas las apetencias que tenemos y que no son necesarias. Ayunamos de lo relativo para revalorizar lo esencial, lo importante.
La Palabra es el aliento de la cuaresma. Toda la Iglesia se hace catecúmena. Toda la Iglesia se hace "escuchadora". Toda la Iglesia se recoge en escucha orante de la Palabra. Si hay ayuno es porque hay escucha de la Palabra. No es lo más importante el ayuno, sino la Palabra.

SENTIDO DEL AYUNO 

¿Por qué el ayuno? Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca el hombre a Dios.
El abstenerse de la comida y de la bebida tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística". Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización y en particular de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización de mide entonces según la cantidad y la calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creaticas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.
El hombre de hoy debe ayunar, es decir, abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: no. No es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.
Juan Pablo II,
catequesis del 21 de marzo de 1979

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